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La Voz del Noreste

La voz del noreste

"Yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar"

Roberto Carlos

Yola vende frituras, chicles y cigarros los miércoles en el jardín de Charcas, en lo que sale la venta, sentada en una banca, observa la vida, rememora su infancia y juventud cuando la mandaban a cuidar a las borregas. Yola canta, se enseñó cuidando a las borregas, viendo florear los cactus, nacer las pitayas y los garambullos.

Yola canta pues así lo hacen casi todos los que nacen en Los Derramaderos, y ella es de ahí. Como sus sobrinas Belem y Vianey. Belem es mamá de dos hermosas niñas y está en la búsqueda de un “despertar espiritual”; Vianey corta el pelo, recibe niños y jóvenes en su casa y les hace letras y garigoles con la máquina. Cuando hay un tiempo, después de la jornada o en domingo, las tres se juntan a cantar con otros miembros de la familia, pura canción ranchera, de esas que les dicen cuamileras. Ellas enriquecieron un poquito mi vida con su ser a partir de conocernos en La Voz del Noreste

A finales del mes de abril pasado recibí por parte de la Casa de Cultura Xochiquetzal la invitación a participar como jurado en un certamen de canto entre distintos municipios de la región más marginada del Estado de Guanajuato, La Voz del Noreste. Acepté la invitación, debo decirlo, con escepticismo y entusiasmo moderado. Sin embargo, a lo largo de las cinco emisiones en las que consistió el certamen, me fui metiendo y apasionando, cada vez más.

Supe que José Juan empezó a cantar casi sin querer, cuando un profe del bachillerato le dijo “o cantas o te repruebo” y entonces descubrió que tenía una voz, y que sí, nació para ser charro cantor. Me enteré que durante la pandemia, un niño llamado Mateo supo por las noticias sobre de la muerte de Armando Manzanero y a partir de conocer el trabajo del compositor yucateco, encontró en la música y el canto una luz que no lo ha abandonado y nunca lo abandonará. Conocí a Chente, que llegó sin casi nada a Xichú, pueblo de su abuelo, y ahí, con su voz, se ha ganado un hermano y hermana en cada habitante del pueblo. Tuve la dicha de escuchar a Jorge y Yariz, que, en su apellido, en su sangre y en su voz llevan la fuerza del huapango sierreño. Sergio me dijo que es ingeniero, que recién canta, pero que ahora sabe que debió hacerlo desde niño. Martín nos contó al borde de la lágrima cómo cantar lo ha aliviado de una enfermedad respiratoria que lo tenía tirado. Le pregunté a Érika sobre su afición al canto y me respondió que su abuelo la enseñó a amar los boleros…

Y así, muchas historias, muchas miradas, muchas voces que son una, la voz del noreste. Porque el concurso se llama así, no “la voz más bonita”, ni “la voz más impresionante”, ni “la voz más querida”. No, LA VOZ DEL NORESTE, la voz de todas y todos quienes aquí habitamos, la voz que es nosotras y nosotros,  y eso solamente se puede encontrar cuando cantamos a coro, cuando cantamos juntas como Yola y sus sobrinas, cuando se entretejen nuestras historias y miradas. El certamen nos dio eso, por casualidad quizá, pero el vernos cruzando los largos y sinuosos caminos de Atarjea y de Xichú, compartiendo los alimentos, experimentado un nerviosismo conjunto, nos identificó como iguales.

Es un lugar común en los concursos decir “todos son ganadores”, pero más allá de la frase, es también una realidad, porque cuando se canta en lugar de alimentar el odio se gana, cuando se canta y no nos ciega la ambición desmedida se gana, cuando se canta y el canto logra decirme quién soy en lo individual y colectivo se han ganado todas las batallas. Sí, hubo un primer lugar, y un segundo, un tercero, y un último, percepciones en las que nunca estaremos de acuerdo todos, porque, como ya lo he dicho, La Voz, con mayúsculas, no se encuentra en un solo individuo.

 

Agradezco a Walter y Ahida el haberme invitado a esta aventura; a Javier, Sergio y Ángeles, colegas en la mesa del jurado, su profesionalismo y compañerismo; al sistema de Casas de Cultura por el apoyo; gradezco a la vida que me puso en este camino; al sonido y a la humana voz.

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© 2025 Gabriel de Dios Figueroa

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